2023-03-29 00:00:00

CAMPEONES DEL MUNDO

Autor: Manuel Machuca

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Por segundo año consecutivo, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas corona a España como líder incontestable en el consumo de benzodiazepinas. Ciento diez dosis diarias cada mil habitantes, muchas veces combinadas en regímenes terapéuticos incomprensibles y para personas cada vez más jóvenes que día tras día peregrinan por nuestras farmacias, buscando la dosis que les calme su ansiedad y evite el síndrome de abstinencia. Ay, si las farmacias hablaran y dejasen de mirar hacia otro lado.

Que el consumo en España de psicótropos se ha elevado de forma paralela al progresivo deterioro la atención primaria es una realidad, pero la realidad es mucho más compleja. Y quizás por su complejidad, aportar soluciones simplistas como las que proponen quienes a veces esconden intereses particulares de grupos es un error. Hace falta, sin duda, una visión más amplia del problema, y toda visión amplia pasa, necesariamente, por un análisis complejo y una respuesta colectiva.

Como español, siento vergüenza del deterioro de la atención primaria. Siento vergüenza porque hubo un día en el que fuimos lo suficientemente maduros como sociedad para dotarnos, sustentándolo con nuestros impuestos, del derecho a recibir atención sanitaria plena y completa, sin que tuviéramos que caer en la indigencia al sufrir una enfermedad, como sucede en otros países que dicen liderar el mundo. Eso sí que era patriotismo, y no el que venden unos cuantos privilegiados.

Hoy hemos vuelto al pasado, a la época en la se iba a pedir número al ambulatorio, aunque esta vez en urgencias del centro de salud, ante la imposibilidad de esperar diez o quince días a ser atendidos. Hoy caminamos progresivamente hacia una sanidad que dice aumentar sus presupuestos públicos, los que salen de nuestro bolsillo, aunque, en lugar de apostar por hacerla más eficiente, lo que hace es engordar el negocio de particulares. La consecuencia es una atención primaria tensada hasta límites extremos, con profesionales presionados hasta la extenuación y, cara al paciente, medicalizar cualquier problema, no importa que el medicamento sea o no la mejor opción de tratamiento. Ahora que nadie va a los mítines a recoger su bocata gratis, tiene a su disposición en el microchip de su tarjeta sanitaria el diazepam o el lorazepam que lo acalle.

Pero que nadie crea que restituir la atención primaria a sus tiempos dorados es la solución. Todo es más complejo. La atención primaria no es tan simple. No basta con tener más médicos ni con que los médicos dispongan de más tiempo para tratar a los pacientes. Ni siquiera bastaría con incorporar psicólogos a la atención primaria, dotar a las enfermeras de más atribuciones o que los farmacéuticos que trabajan en ese ámbito dejasen de ser los policías de los médicos o de las farmacias para trabajar por la seguridad de los tratamientos. Hace falta tener una mirada limpia y descontaminada de corporativismos hacia la compleja realidad de lo que significa la enfermedad y estar enfermo en estos momentos, a punto de sobrepasar el primer cuarto del siglo XXI. Hace falta entender que la biomedicina hoy en día sólo da respuesta, según estudios de la Universidad de Wisconsin, al 20% de los problemas de salud que sufren, sufrimos las personas, y que el 80% de nuestra salud colectiva depende de factores económicos y sociales (40%), hábitos de salud (20%) y entornos urbanos (20%). Sí, las desigualdades matan.

La atención sanitaria es mucho más compleja que tener médicos y medicamentos, mucho más que este artículo. Ello no quiere decir que volver al punto de partida sea el primer paso, pero nunca quedarse ahí. Porque los medicamentos también causan problemas, sufrimiento y unos costes económicos desmesurados que van mucho, mucho más allá de los derivados de su financiación.

Ojalá haya patriotas que deseen de verdad no ser campeones del mundo de esta tragedia. Ojalá que quienes dicen defender este país y a sus gentes lo hagan luchando por ofrecer lo mejor a quienes con mucha frecuencia utilizan como parapeto o como excusa. Ojalá que las banderas signifiquen algo.

La salud no es una prestación. Es un derecho colectivo fruto del trabajo de generaciones. Que no haya vuelta atrás. Publicado en Diario de Sevilla y periódicos del Grupo Joly el miércoles 5 de abril de 2023