2023-01-02 00:00:00

Lunes 2 de enero de 2023

Autor: Manuel Machuca

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Son días estos de desear y desearnos lo mejor para el año que recién acaba de comenzar. Lo hacemos de acuerdo a nuestra forma de ser, unos con humor, otros con solemnidad y grandilocuencia, hay quienes nos felicitan con ligereza y para salir del paso Pocos retratos habrá tan fieles de nuestra personalidad como esos que desprenden nuestras formas de felicitarnos.

A pesar de que, como no podría ser de otra manera, también formo parte de alguno de estos grupos, o incluso de varios de ellos según el caso, lo que me interesa más de estas fechas es, sobre todo, evaluar lo que me ha sucedido a lo largo del año. Porque desear lo mejor no deja de ser algo tan bienintencionado como vacío, y porque lo que suceda en el futuro no depende solo de nosotros, por mucho que afirmen eso los popes del liderazgo y demás cómplices de la sociedad del cansancio, que tan bien describe en sus libros el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Tampoco, y por esa misma regla, la evaluación debe ser algo que califique nuestros actos. Por eso me acerco a ella con la intención de que mi mirada sea la de alguien externo, que trate de visualizar lo sucedido como si le hubiera ocurrido a otro. No es fácil, pero hay que intentarlo, porque lo que nos pasa, y si no, que se lo pregunten a los ucranianos, no solo está en nuestras manos. Así que, humildad ante el éxito, y comprensión ante el fracaso. Es más, éxito y fracaso son dos medidas erróneas, producto de nuestro ego, son palabras que deberíamos desterrar de nuestro camino vital, porque ambas, en el fondo, nos dan la oportunidad de aprender y elegir la senda que queremos recorrer.

Nuestra vida no solo depende de lo que nosotros deseemos hacer, incluso en el caso de que no solo el deseo, sino también el empeño y la dedicación se pongan a su servicio. Por supuesto que tenemos que poner de nuestra parte, que, como afirmaba Pablo Picasso, cuando llegue la inspiración nos encuentre trabajando. Pero eso no es suficiente, hay cuestiones que no dependen de uno mismo sino de otros. De personas que, con frecuencia, ni siquiera nos conocen ni por supuesto sienten que estén haciendo algo por nosotros, pero que mueven los hilos a favor o en contra de nuestros sueños, despiertan alguno que teníamos dormidos o, incluso, nos ofrecen la posibilidad de soñar mucho más allá de lo que algún día llegamos a imaginar.

A finales de 2021 evaluaba el año en el que tuve la certeza de haber finalizado mi carrera como docente de posgrado en la universidad. Tras pasar los últimos diez años enseñando en la Universidad San Jorge como profesor en el Master de Atención Farmacéutica, de haber participado en el mejor programa de formación que jamás hubo, estaba seguro de que nunca más iba a enseñar. Sentía orgullo por ello, porque tenía la certeza de haberme retirado ofreciendo el máximo nivel docente que jamás había podido ofrecer, en el que sin duda tuvo mucho que ver la mejor generación de estudiantes con las que pude compartir mis enseñanzas y con la que se desvaneció de manera absoluta la barrera estudiante- profesor. Además, el Máster iba a cambiar totalmente su orientación y, por tanto, carecía de sentido continuar, enseñar por enseñar. Ya me había sucedido en otras universidades, nunca he querido formar parte de un proyecto que no fuera transformador de la realidad, y aquel lo había sido, pero iba a dejar de serlo para convertirse en un eslabón más de una cadena de negocio, dejando a un lado su tan necesario carácter transformador, para una profesión que pierde cada día una oportunidad para reinventarse al servicio de las personas.

Llegó, pues, 2022 para mí, con el orgullo y agradecimiento a una trayectoria que llegaba a su fin. Incluso llegué a rechazar la oferta de otra universidad para incorporarme a un Máster de esos que tienen un poco de todo y son mucho de nada salvo en el precio. Carecía de sentido regresar al siglo XX cuando se había formado del proyecto más innovador de la historia del que había sido responsable y directora Martha Milena Silva Castro.

Comenzó el año con el objetivo de publicar la novela, disfrutar del trabajo en la farmacia, que tanta inspiración literaria me había dado, y con la sensación de haber cerrado una etapa. Pero un día apareció una noticia en los periódicos. 

La Universidad Loyola de Andalucía abría en Sevilla un nuevo Grado en Farmacia. Leí la noticia sin dolor, pero con la sensación de que era algo que llegaba demasiado tarde a mi vida, a punto de cumplir 59 años y tras 25 en la docencia de posgrado y con todas las oportunidades de haber accedido a la enseñanza de grado bloqueadas. Sin embargo, mi familia me empujó a intentarlo, a que a punto de cumplir sesenta tuviera la oportunidad de, por primera vez, pasar a formar parte de un proyecto transformador, y acompañar a esos chicos que ingresaban en la universidad a ser puntas de lanza del mismo. 365 días después de aquel día en el que aceptaba agradecido en lo docente mi fin de la historia, todo iba a cambiar.

365 días después tengo el título B2 de inglés y pendiente de conocer el resultado de los exámenes del C1; estoy a la espera de la acreditación de mi hasta ahora abandonado currículum como profesor en la Agencia Nacional de Evaluación del Conocimiento y Acreditación (ANECA); dos artículos científicos están pendientes de publicarse en revistas incluidas en el JCR; y hasta es más que probable que amplíe la docencia para el próximo curso. ¿Quién me lo iba a decir?

Hoy, meses después de que apareciera esa noticia en el periódico y de que en septiembre me incorporase a la universidad, sé que, más allá del resultado de esto, he ganado. Y lo he hecho porque lo he intentado. Porque, más allá de que todo eso que espero tenga un resultado positivo, he sabido que a los 59 años se puede volver a empezar de nuevo. He aprendido una nueva lección y, además, se la he transmitido a mis hijos. Porque ellos, cuando lleguen a la edad que yo tengo y haga mucho tiempo de que haya dejado de compartir sus vidas y se presente una circunstancia en la que necesiten de alguna manera volver a empezar, sabrán que es posible hacerlo, que no hay edad para arrojar la toalla si no queremos hacerlo.

Hoy, la novela sigue sin publicarse como esperaba, pero lo inesperado ocurrió. Al igual que las felicitaciones de fin de año, unos hablarán de la providencia; otros, en sentido negativo o positivo, de la justicia o el merecimiento; de la paciencia necesaria para alcanzar los sueños; de la suerte Yo me quedo con algo mucho más simple de escribir y más complejo y necesario de reconocer. La vida no solo somos nosotros, la vida somos nosotros y los demás. Y los demás somos todos, los que estén cerca y los que no, los que pasan por un camino y se cruzan contigo.

No sabemos lo que nos deparará el futuro, pero lo que sí deberíamos aceptar es que no depende solo de nosotros. Que, de existir, ni el éxito ni el fracaso llevan nuestra firma en exclusiva. Que la vida es mucho más compleja de lo que nos quieren hacer entender los simplistas que desean verte a su servicio, que está más interconectada y es mucho más dependiente de los otros de lo que pensábamos; y que esos otros no tienen por qué formar parte de los que denominamos amigos o enemigos. Y, en definitiva, que necesitamos de la humildad para saborear lo positivo que venga y huir de actitudes autoflageladoras cuando lo negativo llame a nuestra puerta. Y que en la vida no hay metas sino caminos, unos más empinados y tortuosos y otros aparentemente más cómodos para transitar, pero que ninguno se recorre solo.

Comienza 2023 y no sé lo que pasará. Bueno o malo, será parte de un camino que ni siquiera sabemos si vamos a recorrer en su integridad. Yo, por mi parte, no te deseo lo mejor, sino buenas reflexiones. Las que necesitas, las que necesitamos para caminar. Y las deseo por ti, y por mí también. Porque aquí nadie camina solo.


Gracias especiales a Paul Worrall, como ejemplo de especial de tantas personas estupendas que he conocido este año y forman ya parte de mi vida. Y a mi familia, sin la que no hubiera sido posible realizar el camino. Y seguimos.

Imagen de pasja1000 en Pixabay.

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2023-01-05 05:48:00
Ciero Dr. Machuca no hay edad para aprender, y un docente siempre seguirá siendo docente a pesar de no estar en las aulas universitarias. Muchos éxitos!
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María José Collado 2023-01-04 21:12:00
Buena reflexión, Manuel. A por el 2023 con ganas.