Miércoles 14 de junio, 17 horas. Camas, provincia de Sevilla
Después de dar muchas vueltas en el automóvil, y sin comprender de forma adecuada las indicaciones de Google Maps, Ana y yo decidimos aparcar y buscar la casa de Fernanda a pie.
Recordé aquel día en el que fui a su casa a entrevistarla. Era otro domicilio e iba solo, sin saber muy bien lo que me iba a encontrar. A diferencia de aquella vez, esta visita era inesperada para ella, no sabía que yo iba a aparecer, aunque lo sospechara. Ana había inventado una excusa para visitarla, una amiga había comprado un apartamento cerca y quería aprovechar para saber cómo estaba.
Ana había conocido a Fernanda cuando ya el proceso de escritura había finalizado. La acompañé en su momento a casa de Fernanda porque leyendo el manuscrito de mi novela, se había enterado de que a Fernanda le encantaban las enciclopedias y quería llevarle una. Desde entonces las dos entablaron una amistad asentada a base de mensajes por WhatsApp y GIF de diversa índole.
Han pasado cinco años desde aquel día en el que Fernanda y yo nos conocimos en la farmacia y, al fin, el libro sobre la historia de su vida acababa de salir de imprenta. Entregarle el libro era algo que había soñado desde hacía mucho tiempo, en especial desde que su publicación se convirtió en una misión casi imposible por los rechazos al manuscrito en diferentes editoriales y las de algún imbécil que me encontré en el camino que se cree que su editorial es Planeta. Nihil novum sub sole.
Siempre temí no llegar a tiempo, que cuando el libro pudiera acariciarse Fernanda ya no fuera parte de este mundo. Las negativas y silencios editoriales me angustiaban tanto como los mensajes que recibía acerca de su precaria salud. Pero, al fin, como la canción de Triana, llegó el día.
Encontramos la casa de Fernanda. Ana llamó a la puerta y yo me escondí tras ella. Aparecí cuando iba a cerrarla. Después de la sorpresa me confesó que se imaginaba que Ana no iba a llegar sola. Pero lo que no se esperaba, y aquí está el video que da fe de ello, era que, en el bolso de Ana, además de unos pasteles para merendar, viajasen dos ejemplares de la historia de su vida. Misión cumplida.
Agradezco enormemente a Padilla Libros la oportunidad de haber cumplido este sueño. No ya solo publicar el libro, sino haber podido hacer feliz a Fernanda. Ojalá, y no lo digo por mí ni por joder al pseudoplaneta, tenga la difusión que su historia merece; ojalá se haga justicia, la que se puede hacer a día de hoy con personas como Fernanda y treinta mil familias más, a las que les robaron a sus hijos para satisfacer los deseos impúdicos e inconfesables de maternidad de la gente de bien a las que alude un tal Feijoo. Ojalá, como dice Silvio Rodríguez.
Hoy Fernanda tiene su libro, un libro que no le devolverá a su hijo ni a su hermana, que no podrá compensar de ninguna forma el sufrimiento de estos cincuenta y tres años, pero que al menos deja constancia de la vida de una mujer excepcional. Conocer su vida es, sin duda, una oportunidad para nosotros de ser mejores personas. Ojalá.
Ana y yo regresamos a nuestras vidas con la alegría del deber cumplido. Ahora es tarea de todos culminar la historia. Porque en realidad esta no es la historia de Fernanda, es la de mucha gente, de demasiada gente.