EL GUACAMAYO ROJO
Sé bienvenido al inicio del vuelo de El guacamayo rojo. Cuando escribo estas palabras aún no ha despegado. Siento los nervios de todo nuevo comienzo, una inquietud que es esperanza pero también miedo. En suma, es el deseo de que todo vaya bien, que el trabajo de tanto tiempo haya merecido la pena, que el esfuerzo y la ilusión no se rompan por un exceso de precipitación; que en suma, estos últimos meses en los que he volcado toda mi energía hayan conformado al fin un texto digno.
El guacamayo rojo tal y como lo vas a conocer, comenzó a escribirse el 7 abril de 2013 a las 13:20 horas y llegó a su fin a las 14 horas del 28 de noviembre del mismo año. Sin embargo todo comenzó mucho antes, el 21 de octubre de 2007, día en el que visité a Gloria Rossi en su casa de Vila Mariana, en São Paulo, treinta y cuatro años después de conocerla.
Aquel mes de octubre surgió la idea de darle forma de novela a una historia muy personal: la relación de un niño de diez años con una señora de cuarenta y cinco años que perduró hasta hoy, más de cuatro años después del fallecimiento de aquella señora que tanto me fascinó.
De alguna forma, El guacamayo rojo es la historia de esa fascinación. Comencé a escribirla al regreso de aquel reencuentro. Por tanto, no es una historia escrita en siete meses sino en seis años. Seis años en los que las emociones, la falta de oficio y quizás la de talento, me impidieron llegar hasta el final. Ojalá mi talento haya crecido lo suficiente como para que la historia te interese.
Siento mucha inquietud porque soy consciente de lo que me juego como escritor tras la gran experiencia que ha supuesto, y sigue suponiendo aún, mi opera prima Aquel viernes de julio. Yo estoy satisfecho con el resultado, pero es difícil para un autor ser objetivo, y más cuando la historia que ha tratado de contar, aunque ficticia, sea tan personal.
Al igual que Aquel viernes de julio, El guacamayo rojo es la historia de un viaje. Mientras en la primera, el viaje se producía a través de los barrios de la Sevilla de 1936, en esta se trata el que tres generaciones de andaluces realizan a Brasil en busca de nuevas oportunidades. Independientemente de la distancia que se recorre en ambas novelas, son historias de un viaje profundo como es el viaje hacia el interior de las personas. No hay viaje más largo ni más duro que el que resulta de la búsqueda de uno mismo. Y creo que en eso se parecen las dos novelas.
El guacamayo rojo también trata de las migraciones como consecuencia de la injusticia. No es ajeno a la situación de muchos jóvenes que tienen que desarraigarse de sus tierras para buscarse la vida lejos de sus familias, sus redes sociales, su cultura, su vida, en suma. Deben abandonar sus países para que se queden aquellos que nunca tienen necesidad de emigrar, esos que alientan esa expulsión disfrazándola de aventura o experiencia vital. Poca gente hubiera salido de su entorno vital si no se hubiera visto obligado a ello. Por eso, y sin ningún afán moralizante, esta novela trata también de la dureza de la emigración. Aunque haya otras mucho más duras, como las que se entierran en los desiertos africanos o se hunden en las aguas mediterráneas para acabar, en el mejor de los casos, vendiendo pañuelos en los semáforos del mundo civilizado (¿?), o prostituyéndose en las carreteras y descampados.
Un querido lector de mi primera novela me dijo que Aquel viernes de julio era una novela con tintes andalucistas. Quizás no fuera consciente de ello mientras lo escribía, pero hoy he querido que El guacamayo rojo fuera mi pequeño homenaje a los emigrantes andaluces a lo largo de la historia. Un pueblo que en España sigue siendo denostado, pero que con su esfuerzo callado ha contribuido a la riqueza de Cataluña, Madrid, Alemania, Francia o Brasil, y tantos lugares del mundo. Desgraciadamente hoy, jóvenes formados con nuestros impuestos, destinados a sacar algún día a esta tierra de donde está, continúan bajo el mismo sino que sus padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos. A todas estas generaciones, mi respeto emocionado por su sacrificio.
Aquí comienza el vuelo de El guacamayo rojo. Después de escribir estas líneas sigo con la misma inquietud que cuando comencé.. Ojalá que la satisfacción íntima que hoy tengo pueda verse reflejada en la generosa aceptación de quienes la lean. Será entonces cuando de verdad haya conseguido culminar mi propósito.