Miércoles 20 de marzo de 2024
Es para mí un honor estar hoy aquí en la Librería Palas, a la que agradecemos su acogida, para presentar la última obra del escritor Rafel Maldonado. Como no estoy del todo seguro de que todos lo conozcáis, creo que debo hacer un breve repaso a su ya extensa biografía literaria y a que podáis saber un poco más acerca de nuestra relación. Porque así, trataré de conseguir que su luz también me ilumine a mí, aunque no sea nada más a través de su reflejo.
Había pensado presentar a Rafa como alguien que no sabe encender una chimenea, tal y como admite en el libro que nos ocupa. Pero creo que hoy no es el momento, y no solo porque desgraciadamente ya no es tiempo de chimeneas, o al menos de este tipo de chimeneas, sino porque ayer se supo que Rafa acaba de ser elegido académico en la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras, una prestigiosa institución que todos conoceréis, de las más antiguas academias literarias, no en vano se fundó en 1751. Así que, Rafa, enhorabuena por tu nombramiento; como farmacéutico y aprendiz de escritor es un orgullo que formes parte de la Academia.
No me quiero extender mucho en el preámbulo, aunque sé que una vez más no lo conseguiré, porque creo que debemos escuchar al escritor. Y ello a pesar de que un escritor no sepa mucho de su obra en el momento de publicarla, y tenga que esperar a que sean luego el tiempo y los lectores quienes le hagan entender muchas de las cuestiones que se revelan en sus profundidades, en ese pozo de donde se encuentra la verdad al que alude el escritor brasileño Jorge Amado en Los viejos marineros. Si supiese por qué bailo, no bailaría, dijo la bailarina; si ha hecho la película es porque no entiende nada, escribe Rafael en referencia a Moretti.
Pero sí que me gustaría decir que conocí a Rafa cuando presenté mi primera novela, Aquel viernes de julio, y él estaba a punto de publicar la primera edición de El trapero del tiempo. A partir de ahí, hemos compartido muchos momentos literarios, tanto en esas antologías que tan poco le gustan, como aquella Hidra verde, libro de relatos firmado por farmacéuticos escritores hispanoamericanos, como en caminos editoriales comunes en nuestra querida Editorial Anantes de Ruth, Ismael y Manuel. Incluso hasta finales del año pasado compartimos columna en la revista El Farmacéutico, en la que también tratábamos de alargar nuestra vida a través de la literatura.
Tres novelas, otros tantos volúmenes de cuentos, un ensayo y dos diarios, además de sus colaboraciones periodísticas y participaciones en antologías, trazan la trayectoria del escritor, que también hoy es editor junto a M. en la editorial faulkneriana Luz de Agosto.
De mis sombras, hijo es su segundo volumen de diarios, tras el Diario de cabotaje que publicó en 2020 con Anantes, y corresponde al bienio 2016-2017. Escrito a modo de diálogo con su hijo R., llega hasta el tiempo en el que nace su segundo hijo, P., con el que también establece su diálogo al final del libro.
Como no quiero impacientar a nadie, voy a señalar los aspectos que me gustaría destacar del libro para que todo el mundo sepa lo que me queda por decir. Voy a hablar sobre:
La honestidad es lo primero que me sugiere este libro, y es que, más allá de ser el diario de un escritor con profundas convicciones literarias que defiende con firmeza, de las que hablaremos, el diario es un legado, una herencia a sus hijos, una forma de enseñanza hacia ellos que también permite al escritor alargar su vida más allá de su muerte y entregarles lo que ha aprendido a lo largo de su existencia. Esto es muy importante porque es un acto de honestidad. Y la honestidad es un valor en el que todos nos gustaría vernos reflejados, y que entiendo como una exposición coherente de lo que uno piensa, quizás la mejor forma de estar en el mundo.
Que el libro rezume honestidad y coherencia con lo que uno es, con lo que uno defiende, no quiere decir que tengamos que estar de acuerdo con lo que se dice, faltaría más. Y es que el aprendizaje viene no solo de quienes pueden ser un ejemplo de vida, sino de los que nos permiten obtener puntos de partida para realizar nuestra propia reflexión, nuestro propio camino. Siempre he dicho que he aprendido más de los errores de mis padres que de sus aciertos, como también lo he hecho mucho más de los míos propios que de otros aspectos de los que pueda sentirme orgulloso. Dices que ser padre es tener miedo, y qué mejor forma de alejarlo que poniéndole palabras.
Hay que agradecer a las personas que sean honestas en sus planteamientos. Solo desde la honestidad de los planteamientos lograremos hacer un mundo mejor, un mundo en el que hoy en día sobran lecciones y faltan maestros, sobran iluminados y falta gente luminosa. Rafa lo es, porque su luz nos permite elaborar nuestro propio proceso, como también se lo va a facilitar a sus hijos el día en el que estén preparados para leer este libro, y la obra de su padre, para que realicen sus propias elecciones.
En segundo lugar, en el proceso de elaboración del libro, Rafael vierte sus preocupaciones sobre muy diversos temas: sociopolíticos, profesionales, espirituales, pero también en sus páginas hay otra lección para aprender en lo que se refiere a la literatura. Dejo a un lado de nuevo su honestidad a la hora de exponer sus ideas políticas, esas que a muchos nos pueden condicionar a la hora de leer a ciertos autores, dejo también a un lado, sin dejar de señalarlas, sus creencias religiosas agnósticas, tan andaluzamente compatibles con su fe en la Virgen de la Fuensanta. Una fe que me ha traído a la mente una conversación que tuve con el gran médico y escritor sevillano Paco Gallardo, cerveza mediante, que ante nuestras dudas religiosas proclamaba su inquebrantable fe en el Gran Poder. Y todo con la majestad de unas iglesias llenas de siglos y el silencio de Dios ante el temor de los hombres.
De mis sombras, hijo, y me aparto de la digresión, aunque no mucho, es un acto de fe de convicciones literarias. Un acto de fe marcado por un auténtico fervor por la ambición y el estilo, fe religiosa politeísta, pero no muy politeísta, en la que aparecen entronizados para Rafa escritores como William Faulkner o Juan Benet, del que publicó un ensayo que atraviesa todo este libro y que lleva por título precisamente ese: La ambición y el estilo.
Debo aclarar que no es este diario un pretendido curso sobre creación literaria, pero sí que proclama las virtudes teologales de su fe en la literatura. Unas virtudes que pasan necesariamente por el cuidado extremo del lenguaje, para lo que cita a Buffon cuando recuerda al gran Chiquito de la Calzada: Lo importante no es lo que se cuenta, la anécdota o la trama, sino cómo se cuenta.
Nuevamente Rafa se acoge a un ejercicio de honestidad al mostrar sin tapujos y exponer sin miedo, ese miedo que reconoce como padre pero que agradecemos que no permita que aparezca como escritor, la literatura que admira y que aspira a realizar, sin importarle que ello le llevase a ser un escritor de minorías. Afortunadamente, el reconocimiento va llegando. Y perdón por el gerundio.
El libro lo atraviesa la escritura del ensayo sobre su admirado Juan Benet, una de las tramas principales de este diario, y es en el estilo de don Juan, como le gusta llamarlo, el que le sirve para decirnos cómo cree que debe ser la literatura. Lo que nos lleva de regreso a la honestidad, lo que me lleva personalmente a mí a caer en la cuenta mientras escribo que este también es un libro sobre la honestidad. De mis sombras, hijo además es una sesuda reflexión, para la que alude a extensas citas literarias y alusiones a diferentes escritores que, a su juicio merecen ser leídos. O no. La literatura de nuevo como camino a la verdad, como señala una brillante cita que sostiene Pereira gracias al talento de Antonio Tabucchi, quien afirma que la filosofía parece ocuparse sólo de la verdad, pero quizás no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizás diga la verdad.
Y volvemos a hablar de honestidad, de literatura como forma de alargar la vida y nos topamos con la muerte. La he señalado como uno de los puntos esenciales de mi intervención, y mientras escribo esto me pregunto si he exagerado su papel. Es cierto que aparece, que desde las primeras páginas hay referencias al mundo de los que ya no están entre nosotros: Nadie parece acordarse de ellos, y a veces parezco un sereno con atuendo de San Pedro que lleva en el bolsillo de la memoria las llaves de otro mundo.
No, no es un libro sobre la muerte, aunque en todo proceso reflexivo, y un diario lo es; y honesto, y este libro lo es también, es inevitable meditar sobre el final de nuestra existencia. Quiero pensar que, pese a la melancolía de la que declara estar impregnado, de esa nostalgia que también describe y sostiene Pereira, el gran personaje de Tabucchi al que me atrevo a citar de nuevo, este libro es profundamente vitalista. No sé qué le parecerá a Rafael que diga esto, pero pienso que entregar un legado a los demás, un punto de partida desde el que ofrecer una oportunidad para el diálogo, una enseñanza para sus hijos, un lugar desde el que reflexionar sobre la literatura, sobre el sentido de la vida, sobre esta vida más allá de la muerte, esa resurrección que no es en literatura, porque los escritores nunca mueren mientras exista rastro de lo que han escrito, no es solo una extensa frase llena de subrogaciones con las que lo homenajeo, sino también una creencia profunda en el ser humano. Diga lo que diga el autor, creo que escribir este libro también manifiesta su esperanza en que alguien nos salve, un dios trasunto de Faulkner que nos rescate del silencio terrible del mundo. Hay fes que no se reconocen, pero están ahí.
Y ya para finalizar, quiero destacar, aunque sea brevemente, un punto que me parece importante y que no he señalado antes porque no me ha dado la gana y porque hay quienes gustan de un final inesperado en literatura.
Rafael es, y se siente orgulloso de serlo, farmacéutico. No es científico, como el farmacéutico Federico Mayor Zaragoza, ni investigador, como el gran farmacéutico oncólogo Joan Massagué. Rafael es farmacéutico, una profesión muchas veces despreciada, ignorada y siempre subestimada por el desconocimiento de su potencial. Así le va al mundo, ese que no se observa mejor que desde una farmacia de barrio o de pueblo, por citar una frase suya.
Tener un sistema público de salud que nos ha costado siglos, milenios, en conseguir, y verlo desmoronarse sin hacer una mínima consideración a cómo se debe reformular la atención sanitaria en el siglo XXI, teniendo a los farmacéuticos, no de brazos cruzados, sino atados de pies y manos a la hora de explotar sus cualidades profesionales, será motivo de estudio en siglos venideros como ejemplo de estulticia. Hablamos de la muerte y sin duda moriréis antes de lo que os corresponda, os atemorice la idea o no, por no haber contado como sociedad, por no haber exigido como sociedad, contar, exprimir, las capacidades profesionales de los farmacéuticos. Y mientras tanto, algunos farmacéuticos como Rafael escuchan, acompañan el dolor de las personas, lo alivian, no con medicamentos, sino con la piedad que hoy más que nunca han convertido a las farmacias en los auténticos confesionarios de la sociedad. Como señala citando a Flaubert en Madame Bovary, los únicos que de verdad entienden el mundo son los profesionales de la salud, los únicos que deberían ser escritores.
Rafael convierte ese dolor en literatura también, en arma de defensa frente a la pobreza de nuestras capacidades colectivas, dominadas, como siempre, por el egoísmo de unos pocos que a lo largo de la historia trocaron sus corazas y yelmos por trajes y corbatas, por poses alejadas de la escucha del dolor de sus semejantes. Y lo hace gracias también a ser farmacéutico.
Finalizo ya, agradeciendo la oportunidad a Rafel de presentar este libro, de leerlo, de aceptar su invitación a caminar entre mis limitaciones, mis fragilidades y mis contradicciones. Les deseo a todos que al leer este diario les permita hacer lo mismo. La buena literatura trata de los grandes temas que nos afligen a los seres humanos. Hay aquí, por tanto, una oportunidad para aliviar nuestro dolor, un ibuprofeno mucho más potente y con menos efectos secundarios que no debemos rechazar.