La experiencia farmacoterapéutica es un concepto introducido por De Oliveira y Shoemaker (1) que podría definirse como la interpretación que cada persona hace de lo que significa para él o ella estar enfermo y usar medicamentos.
Esta percepción individual es la que explica el proceso de toma de decisiones a la hora de combatir la enfermedad según lo entiende la persona, para la que no solo es importante la dimensión biomédica o clínica a la que solemos atender los profesionales de la salud, sino que también tiene en cuenta cómo le influye lo que experimenta como ser humano y como miembro de un colectivo. Mediante el concepto de experiencia farmacoterapéutica tratamos de comprender un fenómeno cultural, y cómo influye la cultura en el proceso individual de lo que significa enfermar y utilizar medicamentos, que nos puede llevar a comprender conductas que creemos inadecuadas en relación con su utilización, según ese imperativo categórico que deberíamos derribar y que atiende al término de incumplimiento terapéutico, que gusta tanto a profesionales de la mediocridad y el oportunismo.
Pero ¿por qué decimos que es un fenómeno cultural?, ¿qué es la cultura? Park (2) la definió como un complejo y dinámico conjunto de creencias, conocimientos, valores y conductas, adquiridas y transmitidas entre las personas a través del lenguaje y su vida en la sociedad y que se recibe, transforma y reproduce a través de un continuo proceso de aprendizaje y socialización. Por tanto, no hay cultura sin transmisión de saberes entre las personas que la conforman, ni hay cultura que se mantenga estática a lo largo de los años.
La experiencia farmacoterapéutica es, pues, un fenómeno cultural, sometido a aprendizaje y evolución, y tiene que ver con los conocimientos y valores de la sociedad en relación con los medicamentos, puesto que esta se construye antes de que las personas utilicen medicamentos o lleguen a enfermarse, de alguna manera forma parte de un saber colectivo. Pero en el momento en el que comenzamos a utilizar medicamentos, lo que en principio era una experiencia colectiva sufre un proceso de individualización, y esta experiencia individual pasa a adquirir una dimensión personal, que también enriquecerá la colectiva, como proceso dinámico de influencia mutua. Por tanto, las personas aprendemos lo que significan los medicamentos a partir de lo que la sociedad a la que pertenecemos ha aprendido, y a partir de ahí construimos nuestra propia experiencia que luego también pasará a formar parte del acervo cultural colectivo.
Por consiguiente, hay que dejar claro, que la experiencia farmacoterapéutica es un concepto que atiende a lo personal. Aunque la refiramos a valores culturales que podamos compartir en un determinado ámbito, los determinantes sociales de la salud y la experiencia de cada cual a la hora de utilizar medicamentos nos lleva a una forma de estar y actuar respecto a ellos. Pero, al no dejar de ser tampoco un fenómeno cultural, influido por diversas experiencias individuales y sociales, es también dinámico y puede evolucionar con el tiempo gracias a las sucesivas experiencias, entre las que pueden destacar, y no siempre de forma positiva, el encuentro con profesionales de la salud.
El acercamiento al conocimiento de la experiencia farmacoterapéutica de las personas por parte del profesional de la salud no puede guiarse por el prejuicio, porque ello lleva a deslegitimar lo que es una experiencia individual. Todo lo contrario, debe conllevar el asombro, la maravilla del encuentro de otro ser humano. No hay que tratar de comprenderla, porque la comprensión lleva implícita un proceso de racionalización, y por tanto de extrapolación, clasificación y deshumanización de la experiencia. Es un proceso que tiene que ver con conocer qué es lo que le mueve a esa persona en la vida, cuáles son sus prioridades y sus miedos, su forma de actuar, para tratar de ayudar desde ahí. Entender que cada ser humano es una experiencia de vida única deslegitima cualquier instrucción universal, cualquier consejo genérico. Asumir, interiorizar esto, nos abre al respeto, a no dudar de que cada ser humano es alguien irrepetible y a que nadie es más que nadie, por muchos títulos universitarios que se posean, por muy escasa alfabetización que el destinatario haya adquirido. La experiencia es escucha, no preguntas; es espera, no impaciencia; es amor hacia el otro, no impaciencia. No hay encuesta que la estratifique.
Permite que quienes se acercan a ti hablen con libertad, trata de entender lo que te hayan contado sin juzgarles. Solo desde ahí podrás ayudarles; solo desde ahí tus conocimientos adquirirán valor, puestos al servicio de las personas y no estampándoselos en la cara. Déjate invadir por el perfume de sus palabras y hazte más humano a través de la humanidad de los otros. Deja a un lado tus armaduras y desnúdate de prejuicios. La relación terapéutica es un acto de amor, no de guerra, y en el amor, todos lo sabemos, hasta los menos instruidos, sobran todos los ropajes.
(1) Ramalho-de-Oliveira D, Shoemaker S, Ekstrand M, Alves M. Preventing and resolving drug therapy problems by understanding patients' medication experiences. J Am Pharm Assoc. 2012;52(1):7180. doi: 10.1331/JAPhA.2012.10239.
(2)
Park A.
Introducing Anthropology. An Integrated Approach. Mayfield Publishing Company:
California; 2000. En: Alarcón AM, Vidal A, Neira-Rozas J. Salud intercultural:
elementos para la construcción de sus bases culturales. Rev Méd Chile 2003;
131: 1061-1065.
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